ARENA Y ALGO MAS PARACAS
La inocencia tiene la virtud de transformar sitios hermosos en lugares mágicos. Desde hace un tiempo planeaba volver a Paracas, esa playa en las costas del Departamento de Ica donde mi familia y yo habíamos pasado varios veranos y mi primer año nuevo junto al mar. Hice la mochila y tome un bus hacia la Provincia de Pisco . El transporte abunda y hay una línea en especial que tiene salidas cada cinco minutos. Mientras avanzamos suavemente por la Carretera Panamericana Sur contemplo el paisaje casi sin querer, mi mente prefiere acariciar los recuerdos de mi niñez. Cuántos días de verano en esa playa casi solitaria, cuántas aventuras. Luego de casi tres horas de viaje llego al fin a la estación de Pisco, ahí tomo un taxi que me lleva hasta mi hotel ubicado justo en las afueras de la Playa el Chaco, centro de operaciones de la mayoría de agencias de turismo local. Es casi finales de verano y el hotel está casi vacío. Es una delicia disfrutar de la paz y tranquilidad de las amplias instalaciones. Ni que decir de la inmensa piscina, casi todo el tiempo para mi solo. Descansé un poco y cuando ya no pude contener más la curiosidad bajé a la playa para el esperado reencuentro con mi paraíso infantil.
De regreso al paraísoEl Chaco había crecido bastante, lo que antes era una pequeña caleta de pescadores con algunas cabañas de estera y caña se habían transformado en todo un barrio con casas de ladrillos, restaurantes y tiendas por montones. Decenas de lanchas se arremolinaban en el embarcadero que años atrás solía servir para amarrar uno que otro bote de pesca. Un gran cambio pensé y fui a dar una caminata por la playa. Turistas por montones venidos de quién sabe de que partes del planeta, todos con un simpático bronceado que los hacia lucir particularmente graciosos. Me acerco al restaurante al que mis padres solían llevarnos y afortunadamente la dueña me reconoce. Me abraza fuerte como cuando llegábamos cada verano y me hace un millón de preguntas, tenemos una larga charla sobre estos años perdidos mientras disfrutamos de un almuerzo cargado de deliciosos pescados y mariscos. Y para brindar por los viejos tiempos cantidades increíbles de agua de cebada bien helada y con mucho limón y azúcar, casi no podía contener la emoción al sumergirme en esa cantidad de recuerdos. Pero el Chaco era ahora un lugar nuevo y en honor a tantos buenos momentos había decidido conocer este nuevo rostro. Doña Elena fue a buscar a su sobrino, quien podría conseguirme algunos tours para visitar la Reserva Nacional de Paracas, incluyendo las Islas Ballestas. Ángel me dice que al día siguiente tendré que ir al muelle muy temprano para embarcarme hacia las Islas.
Escondite de vida rodeado de marAsí lo hago y a las ocho en punto ya hay varios turistas esperando. Ningún bote ha partido aún, todos esperan que la marea baje un poco y así ofrecer un mejor recorrido por entre los islotes, de otro modo tendrán que conformarse con rodear el conjunto y luego volver. Paso más de media hora conversando con una familia de australianos que decidió emprender la gran aventura de su vida, empezando por Sudamérica. Difícilmente hablan mas de diez palabras en español pero eso no parece ser un problema, "simplemente queríamos viajar" dice ese sonriente padre de familia y al ver sus ojos cargados de ilusión entiendo lo que quiere decir. Casi a las nueve los "capitanes" dan la luz verde, es hora de partir. Se arma un gran alboroto porque el número de turistas ha aumentado considerablemente. Subimos a la lancha, nos ponemos el chaleco salvavidas, alguien empuja un poco el bote y listo, estamos navegando. La velocidad aumenta y parece que flotáramos sobre el mar. Minutos después la velocidad disminuye y el guía nos indica mirar hacia un lado de la costa. En las arenas de una inmensa duna se dibuja la silueta de un enorme candelabro de unos 120 m de altura. Esta figura junto a las Líneas de Nazca son dos de los grandes misterios de la arqueología peruana, ya que hasta la actualidad nadie ha podido descubrir nada certero acerca de su origen o finalidad. Los años pasan, las teorías van y vienen y el candelabro permanece ahí dando la bienvenida o despidiendo a quienes lleguen o se haga a la mar.
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